domingo, 27 de septiembre de 2015

EL EFECTO DOMINÓ

Desde finales del S. XX se ha venido produciendo un interés cada vez mayor en el estudio y comprensión de las emociones y en cómo éstas influyen y determinan nuestro día a día, las relaciones con los demás y en definitiva nuestra propia vida.
Estamos comprobando como ni el propio Sistema Educativo ni las pautas educativas que hemos aprendido de nuestros padres son útiles ahora, en un mundo que ha cambiado de manera sustancial.
Numerosos estudios científicos han demostrado que el nivel de atención de nuestros hijos es ahora mucho menor que el que nosotros teníamos a su edad. La sobreestimulación a la que están sometidos a través de la televisión, los videojuegos, los móviles, etc. y la posibilidad de ir pasando de una actividad a otra rápidamente han supuesto, entre otras cosas, que su capacidad de concentración haya disminuido. Sin embargo, el Sistema Educativo todavía utiliza las mismas técnicas que a principios del S. XX, cuando todo (desde el ritmo de vida hasta el propio sistema familiar y las pautas educativas que se trasmitían en él) era muy diferente.
Otro aspecto a destacar y que se ha visto modificado en los últimos tiempos ha sido el planteamiento, casi filosófico, de qué es lo importante en la vida. Durante la década de los 90 se vendió la imagen de que para que una persona fuera considerada triunfadora debía obtener sus mayores logros en el ámbito empresarial, a través de una formación específica y cuanto más completa mejor, un trabajo competitivo en el que cuantas más horas permaneciera mejor, y una personalidad fría y exigente que le permitiera ascender cuanto más alto, mejor. Esta forma de entender a las personas triunfadoras ha estado mantenida y propiciada por un sistema educativo cuyos valores principales han sido la competitividad y la evaluación continua.



Posiblemente, si de algo ha servido la actual crisis económica de tan larga duración, ha sido para darnos cuenta que estos valores nos han llevado a una sociedad donde el consumo de ansiolíticos y antidepresivos ha alcanzado máximos históricos. Y es que, hemos construido una sociedad consumista y competitiva que no es feliz.
Por eso, desde hace una década, el estudio de la psicología positiva, de la felicidad y del papel de las emociones en nuestro día a día ha cobrado tal auge. Sobre todo en el ámbito educativo. Queremos que nuestros hijos, la próxima generación, no sufra los mismos problemas que hemos tenido nosotros, que cambie su forma de pensar, sus prioridades y que sean, en la máxima medida posible, felices.



Para conseguir este objetivo, podemos plantear la necesidad de que el sistema educativo  cambie, que nuestros políticos modifiquen el currículum escolar para dar cabida a las competencias emocionales, que la sociedad en su conjunto comience a valorar los aspectos sociales y personales como claves del éxito personal. Sin embargo, este enfoque no es el más correcto, de hecho puede conducirnos a una profunda decepción.
El cambio solo puede producirse desde dentro, cuando cada madre y cada padre, cada maestro y maestra, comiencen a entender que el cambio debe ser personal. Que si cambio yo, cambian los niños, y por lo tanto el futuro. Si nos centráramos en analizar qué pautas educativas no me han sido útiles, como puedo fomentar la autoestima de mis hijos sin etiquetarlos ni juzgarlos, cómo puedo enseñarles las cosas buenas de la vida en lugar de centrarme en los peligros que acechan, puedo conseguir que a través del ejemplo, mis hijos cambien su perspectiva. Este cambio de enfoque se da en el día a día, en el detalle, en las pequeñas cosas.
-       Si le digo a mi hijo “eres un desastre”, lejos de motivarlo consigo que esa etiqueta sea parte de su autopecepción y por lo tanto, actuará como un desastre y su conducta será un desastre.
-       Si lo que escucha de mí es la queja continua (sobre el gobierno, sobre tal familiar, sobre el vecino) aprenderá a centrarse en lo negativo de todo lo que le rodea. Aquí subrayo el adjetivo “continua” porque es evidente que nos podremos quejar de aquello que no me gusta, pero al tiempo, es mucho más productivo hacer ver a mi hijo la cantidad de cosas “chulas” que tiene la vida, desde una puesta de sol hasta la sonrisa de un amigo.
-       SI evalúo a  mis hijos a través de las calificaciones escolares, le enseño que cualquier otro aspecto de su personalidad no es importante. Es necesario centrarse y valorar el esfuerzo, cómo son nuestros hijos de “buenas personas”, como ayudan a sus amigos, qué habilidades positivas tienen, y reforzarlas y alabarlas casi más que una nota en un examen.
-       Si programo una agenda a mis hijos cargada de actividades extraescolares a las que les apunto sin pedirles su opinión, sólo porque creo que eso les dará un futuro profesional más exitoso, si hago que mis hijos tengan jornadas laborales de más de ocho horas en las que el juego no tiene cabida, si priorizo mis tareas pendientes al hecho de tumbarme en el suelo a jugar con ellos, estaré coartando la creatividad y la imaginación que solo se consiguen con el juego, con la diversión y con el disfrute de una etapa tan trascendental como es la infancia.
-       Si mis hijos nunca me ven sonreir porque estoy tensa, porque la ansiedad que me causa los problemas de conciliación no me deja disfrutar de cinco minutos para mí, porque no llego a tener la casa perfecta como la tenía mi abuela mientras intento ser una profesional de éxito como mi padre, les estaré enseñando que ser feliz no es un objetivo de vida.



Y es que, como decía la Madre Teresa de Calcuta,  “no te preocupes porque tus hijos no te escuchen, te observan todo el rato.”



2 comentarios:

  1. Hola. La verdad es que la Inteligencia Emocional es fundamental para cualquier parte de la vida. Saludos.

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  2. Todos somos parte de una gran red, estamos todos conectados por lo que cualquier impacto por mas minimo que sea nos afecta a todos, debemos de procurar cuidar nuestras palabras y dar el ejemplo para hacer un mundo mejor

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